El mundo se va acabando, con todos sus malos deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:17)
En el relato de Adán y Eva, se observa cómo el deseo y la lujuria pueden llevar a acciones que desafían los mandamientos de Dios, lo que resulta en vergüenza y arrepentimiento. Aunque tenemos todo lo necesario para una vida plena, a menudo buscamos satisfacción en formas ilegítimas. Esto puede manifestarse en la lujuria por relaciones inapropiadas o posesiones materiales. La lujuria se opone al amor y conduce a un ciclo de descontento y destrucción.
La lujuria es una sed equivocada de satisfacción que solo Dios puede llenar. Poner los ojos en Dios y concentrarse en sus promesas de paz y libertad puede liberarnos de la trampa de la lujuria. La enseñanza es que las bendiciones de Dios son suficientes para llenar nuestras necesidades, y centrarnos en estas bendiciones en lugar de desear lo prohibido nos trae verdadera plenitud. Volver a poner los ojos en nuestro cónyuge y cultivar el amor genuino es crucial para mantener una relación sana, y en lugar de amar el mundo y sus deseos, debemos centrarnos en el amor divino que nos ofrece la mejor vida posible.
Manos a la obra
Ponle fin ahora. Identifica todo objeto de lujuria en tu vida y quítalo. Distingue cada mentira que has tragado al buscar el placer prohibido y recházala. No se puede permitir que la lujuria viva en una habitación trasera. Hay que matarla y destruirla (hoy mismo) y reemplazarla con las promesas de Dios y con un corazón lleno de su amor perfecto.