Adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. (Rut 1:16)
Llegamos al final de este desafío, pero la experiencia y el compromiso de amar a tu cónyuge continúan a lo largo de toda la vida. El llamado es considerar tu relación matrimonial como un pacto en lugar de un contrato. Aunque ambas palabras pueden parecer similares, difieren significativamente en su enfoque y propósito. Un contrato se basa en la desconfianza y establece condiciones y consecuencias en caso de ruptura, mientras que un pacto se fundamenta en la confianza y se compromete incondicionalmente para toda la vida. El matrimonio es el pacto más fuerte entre dos personas, simbolizado por los votos y el anillo de bodas. Aunque el cumplimiento de este pacto puede ser desafiante, la presencia del Espíritu de Dios en tu vida te capacita para mantenerlo incluso cuando enfrentas dificultades.
A pesar de las circunstancias, el pacto matrimonial no tiene cláusulas de escape ni excepciones. Es un compromiso sin vías de retirada o abandono, ya que lo que Dios ha unido no puede ser separado. Tu amor está arraigado en este pacto y debe perseverar. Dios desaprueba el divorcio y llama a los cónyuges a mantener su pacto de amor incondicional. El matrimonio es una representación terrenal del pacto celestial entre Dios y la iglesia, destinado a reflejar el amor incondicional de Dios hacia nosotros. Ahora es el momento de renovar tu compromiso de amor sincero y duradero hacia tu cónyuge, aceptando el desafío de amar sin condiciones y valorar esta vida juntos como un tesoro sagrado.
Manos a la obra
Escribe una renovación de tus votos y colócala en tu hogar. Quizá, si corresponde, podrías planear una renovación formal de tus votos matrimoniales ante un pastor, con la familia presente. Que sea una afirmación viva del valor del matrimonio a los ojos de Dios y del alto honor de ser uno con tu cónyuge.