Sed afectuosos unos con otros con amor fraternal; con honra, daos preferencia unos a otros. (Romanos 12:10)
Vivimos en una cultura obsesionada consigo misma, donde se nos enseña a priorizar nuestra apariencia, sentimientos y deseos personales en busca de la máxima felicidad. Sin embargo, este enfoque egoísta puede ser perjudicial en las relaciones matrimoniales. El egoísmo, opuesto al amor, está arraigado en todos nosotros desde el nacimiento. A menudo justificamos nuestro propio egoísmo mientras detestamos el egoísmo en los demás. Sin embargo, debemos reconocer que todos somos egoístas.
El amor verdadero implica poner los intereses y prioridades del cónyuge antes que los propios. Busca maneras de decir «sí» y cuidar a la persona imperfecta con la que compartimos la vida. Incluso los actos de generosidad pueden ser egoístas si se hacen con motivaciones incorrectas, como jactarse o buscar recompensas. El verdadero amor busca el bienestar de los demás y renuncia a los propios deseos en favor del cónyuge. Al hacerlo, se experimenta una satisfacción interior que el egoísmo no puede proporcionar.
Si nos resulta difícil sacrificar nuestros propios deseos por el bien del cónyuge, es posible que tengamos un problema más profundo con el egoísmo de lo que queremos admitir. Debemos cuestionarnos si realmente queremos lo mejor para nuestro cónyuge y si nos perciben como alguien que busca su propio bienestar antes que el del otro. Nuestra reputación en los ojos de nuestro cónyuge y las personas que nos rodean es importante, y decidir demostrar verdadero amor puede traer una mayor realización para ambos.
La clave está en considerar al otro como más importante que a uno mismo, actuando con humildad y abandonando el egoísmo en nuestras relaciones.
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